Guerra de los Treinta Años; causas, fases y consecuencias
La Guerra de los Treinta Años fue un conjunto de confrontaciones armadas en Europa occidental que tuvieron lugar entre 1618 y 1648, involucrando a la mayoría de los países de la región y libradas principalmente en el centro de Europa. La lucha tuvo sus más primitivos orígenes en el profundo antagonismo religioso engendrado por la difusión de la Reforma protestante. La animosidad religiosa, sobre todo entre los más decididos partidarios de las facciones protestantes y católicas que estaban enfrentadas, extendió la guerra y fue asimismo un factor decisivo en fases posteriores.
A medida que el conflicto se intensificaba, su naturaleza evolucionó, con un enfoque cada vez mayor en las rivalidades dinásticas entre los príncipes alemanes y la determinación de ciertas potencias europeas, especialmente Suecia y Francia, de frenar la hegemonía del Sacro Imperio Romano Germánico. En ese momento, el imperio, junto con la Monarquía Hispánica, era el principal instrumento político de la poderosa Casa de Habsburgo.
Los profundos resentimientos religiosos, que se habían avivado durante más de cincuenta años, estallaron en la Guerra de los Treinta Años a partir de 1618. Esta situación se debió en parte a la debilidad de la Paz de Augsburgo, un acuerdo firmado en 1555 entre el emperador Carlos V y los príncipes luteranos alemanes. La guerra, que se considera uno de los conflictos más devastadores en la historia de Europa, ha sido clasificada por la historiografía en cuatro fases distintas.
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FASE PALATINO-BOHEMIA (1618-1625)
Las rivalidades religiosas en los territorios alemanes se vieron exacerbadas significativamente durante el reinado del emperador Rodolfo II de Habsburgo (1576-1612). En numerosos lugares de Alemania, las iglesias protestantes fueron objeto de destrucción, se impusieron restricciones a la libertad de culto y los funcionarios del Emperador utilizaron la Paz de Augsburgo como base para impulsar un resurgimiento del poder católico en general. Con la creación en 1608 de la Unión Evangélica (una alianza defensiva conformada por príncipes y ciudades protestantes) y un año después de la Liga Católica (una organización similar conformada por católicos), la crisis se hizo inevitable. La facción bohemia de la Unión Evangélica llevó a cabo el primer ataque.
Indignados por las políticas agresivas implementadas por la jerarquía católica en Bohemia, los protestantes, que constituían la mayoría de la población del reino, demandaron en vano la intervención de su monarca, Fernando II de Habsburgo, ferviente católico y heredero del Sacro Imperio, quien había asumido el trono en 1617. El 23 de mayo de 1618, los protestantes de Praga asaltaron el castillo real, apresaron a dos funcionarios reales y los arrojaron por una ventana en un acto conocido como la Defenestración de Praga, marcando así el inicio de un levantamiento nacional de carácter protestante en Bohemia.
Los insurgentes lograron un notable éxito inicial, lo que llevó a la rápida propagación del levantamiento a otras partes del Sacro Imperio. A principios de 1619, incluso la capital imperial de Viena se vio amenazada por los ejércitos de la Unión Evangélica. Hacia finales de ese año, después de depuesto Fernando II, los rebeldes ofrecieron el trono de Bohemia a Federico V, elector del Palatinado. Sin embargo, a partir de ese momento, varios sectores de la Unión Evangélica, principalmente compuestos por luteranos, se retiraron de la lucha, ya que Federico V, aunque también protestante, profesaba el calvinismo. Aprovechando las divisiones entre los protestantes, en particular la declaración de guerra de Sajonia, una región luterana, a Bohemia, y la invasión española del Palatinado, Fernando II, quien se había convertido en emperador en agosto de 1619, rápidamente tomó la ofensiva.
El 8 de noviembre de 1620, las fuerzas de la Liga Católica, lideradas por Jean t’Serclaes (futuro conde de Tilly), derrotaron a las tropas de Federico V en la batalla de la Montaña Blanca, cerca de Praga. Después de esta victoria, se llevaron a cabo represalias brutales contra los protestantes en Bohemia, y se prohibieron sus actividades religiosas. Aunque la Unión Evangélica se disolvió, Federico V y algunos de sus aliados continuaron la lucha en el Palatinado. En abril de 1622, los protestantes lograron derrotar al ejército de T’Serclaes en Wiesloch, pero a partir de entonces enfrentaron una serie de desastres sucesivos. A finales de 1624, el Palatinado, que había sido concedido un año antes, junto con la dignidad electoral, al duque de Baviera, Maximiliano I, por el emperador Fernando II, volvió a manos católicas.
FASE DANESA (1625-1629)
La segunda etapa de la guerra tomó un carácter internacional cuando varios estados protestantes en Alemania buscaron ayuda externa para enfrentarse al Sacro Imperio. Potencias como Inglaterra, Francia y otros países de Europa occidental se preocuparon por el creciente poder de los Habsburgo, pero los dos primeros reinos (que entonces eran aliados contra España) optaron por abstenerse de intervenir de inmediato debido a sus problemas internos. Sin embargo, Cristián IV, rey de Dinamarca y Noruega, sí acudió en ayuda de los protestantes alemanes, motivado principalmente por consideraciones no religiosas: buscaba expandir sus territorios en el noroeste de Europa y poner fin al control que la Casa de Habsburgo tenía sobre el ducado danés de Holstein.
Con el respaldo de príncipes alemanes seguidores del luteranismo y calvinismo, Cristián IV reunió un gran ejército en la primavera de 1625 y llevó a cabo una invasión de Sajonia. Durante el primer año, encontraron poca resistencia. Sin embargo, en ese mismo tiempo, el general bohemio Albrecht von Wallenstein, duque de Friedland, había formado un poderoso ejército de mercenarios que se puso al servicio del emperador Fernando II, quien hasta entonces solo contaba con el ejército de la Liga Católica liderado por el conde de Tilly. Los mercenarios de Wallenstein obtuvieron su primera victoria en Dessau (Sajonia) en abril de 1626, mientras que el 27 de agosto de ese año, el conde de Tilly derrotó al cuerpo principal del ejército de Cristián IV en Lutter am Berenberge, otra localidad sajona.
Posteriormente, los ejércitos imperiales llevaron a cabo una invasión de la región norte del territorio alemán actual, causando una gran devastación en numerosas ciudades y pueblos a su paso. Con Wallenstein persiguiéndolo, Cristián IV retrocedió en 1627 hasta llegar a la península de Jutlandia. La supremacía total de la causa imperial en esta fase del conflicto se logró el 6 de marzo de 1629, cuando Fernando II promulgó el Edicto de Restitución, un documento que revocaba todos los títulos protestantes sobre las propiedades católicas que habían sido expropiadas desde 1552. El 22 de mayo de 1629, el rey Cristián IV aceptó la Paz de Lübeck, la cual le privaba de pequeños territorios en Alemania.
FASE SUECA (1630-1635)
Las exitosas campañas del emperador Fernando II durante la segunda etapa de la guerra aumentaron el sentimiento de descontento francés hacia la política exterior de los Habsburgo. El cardenal Armand Jean du Plessis, primer ministro del rey Luis XIII de Francia y conocido como Richelieu, encarnaba esta actitud contraria a la dinastía imperial. Aunque las crisis internas en su propio país le impedían intervenir directamente en Alemania, Richelieu se ofreció a ayudar al monarca sueco Gustavo II Adolfo, que era de fe luterana y ya había recibido peticiones de los protestantes del norte de Alemania. Motivado por esta situación, así como por la promesa de apoyo francés y las ambiciones suecas de obtener la hegemonía en la región báltica, Gustavo II Adolfo se involucró en el conflicto.
En el verano de 1630, Gustavo II Adolfo desembarcó en la costa de Pomerania, en el mar Báltico, al frente de un ejército bien entrenado. Sin embargo, los líderes de este territorio, así como los de Brandeburgo y Sajonia, mostraron indecisión en unirse a la campaña sueca, lo que retrasó su inicio de manera significativa. Mientras tanto, el conde de Tilly, quien había asumido el mando del ejército de Wallenstein, sitiaba la ciudad sajona de Magdeburgo, que en ese momento estaba en plena insurrección contra el Sacro Imperio. Finalmente, el 20 de mayo de 1631, los ejércitos imperiales tomaron y saquearon Magdeburgo, causando la muerte de un gran número de protestantes. La ciudad sufrió una destrucción masiva debido al fuego que se propagó durante los enfrentamientos y los saqueos.
Durante el siguiente verano, el conde de Tilly sufrió tres derrotas consecutivas a manos de los suecos. En la última de estas batallas, que tuvo lugar el 17 de septiembre en Breitenfeld (hoy en día, un barrio de Leipzig, en Alemania), Gustavo II Adolfo contaba con el apoyo de tropas sajonas. Sin embargo, estas tropas se dispersaron y huyeron en la primera embestida, dejando expuesto el flanco izquierdo del monarca sueco, lo que casi resulta en una derrota. Aun así, Gustavo II Adolfo logró reorganizar sus fuerzas y derrotar a las tropas del conde de Tilly, capturando a 6.000 de sus soldados. Tras la batalla de Breitenfeld, las tropas suecas se trasladaron al sur de Alemania para pasar el invierno. En la campaña de primavera, lograron varias victorias destacadas, como la del río Lech el 14 de abril de 1632, en la que el conde de Tilly resultó mortalmente herido, y la toma de la ciudad bávara de Munich.
Después de este tremendo revés, Fernando II solicitó nuevamente los servicios de Wallenstein para que liderara las fuerzas imperiales. Wallenstein reclutó rápidamente un nuevo ejército de mercenarios y en el otoño de 1632 invadió Sajonia. Las tropas suecas lo persiguieron y el 16 de noviembre se enfrentaron a las fuerzas imperiales, que se habían atrincherado en Lützen, cerca de Leipzig.
La batalla subsiguiente resultó en la muerte de Gustavo II Adolfo, pero al final el ejército de Wallenstein se vio forzado a retirarse. Bernardo, duque de Sajonia-Weimar, quien había asumido el liderazgo militar protestante en Lützen tras la muerte del rey sueco, llevó a cabo una invasión de Baviera después de esta victoria. Sin embargo, a lo largo de 1633, Wallenstein realizó repetidos ataques contra las fortalezas suecas en Silesia.
Hacia finales de 1633, Wallenstein intentó persuadir a los líderes de los ejércitos imperiales sobre la necesidad de buscar la paz. Sin embargo, en enero de 1634, fue destituido de su cargo por el emperador Fernando II bajo sospechas de traición. A pesar de ello, Wallenstein continuó sus negociaciones de paz con los protestantes. Sus esfuerzos por poner fin a la guerra generaron hostilidad entre sus propios oficiales, y el 25 de febrero de ese año fue asesinado.
El 6 de septiembre de 1634, los ejércitos imperiales bajo el mando de Fernando de Austria, el Cardenal-Infante (hermano del rey español Felipe IV), infligieron una derrota devastadora al duque Bernardo y a sus aliados suecos en Nördlingen, Baviera. Este revés dejó consternados a los líderes de la coalición protestante, y como resultado, abandonaron la lucha. La Paz de Praga, que puso fin a la tercera fase de la guerra en 1635, concedió ciertas concesiones a los luteranos de Sajonia, lo que implicó modificaciones en cuestiones clave del Edicto de Restitución.
FASE FRANCESA (1635-1648)
En su fase final, la guerra se convirtió en un conflicto de hegemonía en Europa occidental entre los Habsburgo y Francia, que aún estaba bajo el liderazgo del cardenal de Richelieu. Las cuestiones religiosas perdieron relevancia en esta última etapa del conflicto, que comenzó en mayo de 1635, cuando Francia declaró la guerra a España, gobernada por Felipe IV, también miembro de la Casa de Habsburgo, y que apoyaba firmemente al Emperador. Francia se había aliado con Suecia y varios líderes protestantes alemanes, incluyendo al duque Bernardo, y pudo superar rápidamente las dificultades iniciales que surgieron en la primera fase de la guerra.
Posteriormente, el general sueco Johan Gustafsson Banér infligió una derrota a una fuerza católica conformada por soldados sajones e imperiales en Wittstock el 4 de octubre de 1636, amenazando la posición de los Habsburgo en Alemania. A lo largo de ese año, se repelieron varias invasiones españolas en territorio francés. La situación de los Habsburgo en Alemania empeoró nuevamente con la derrota sufrida por el duque Bernardo en Rheinfelden el 2 de marzo de 1638, lo que obligó a los ejércitos imperiales a ceder numerosas fortalezas.
Entre 1642 y 1645, el general sueco Lennart Torstensson obtuvo varias victorias, invadiendo Dinamarca, que se había aliado con el Sacro Imperio, y devastando gran parte de Austria y el oeste de Alemania. Los franceses, bajo el liderazgo de los generales Henri de La Tour d’Auvergne, vizconde de Turena, y del duque d’Enghien, quien luego se convertiría en Luis II de Borbón, cuarto príncipe de Condé, también tuvieron éxito en la mayoría de sus empresas. El duque d’Enghien puso fin a la capacidad de la Monarquía Hispánica para presionar sobre las posesiones francesas al derrotar a un ejército español en la batalla de Rocroi en el norte de Francia el 19 de mayo de 1643. En noviembre de ese año, las tropas francesas sufrieron una gran derrota en Tuttlingen, pero esta fue la última victoria de los Habsburgo en la guerra.
Las fuerzas combinadas del duque d’Enghien y del vizconde de Turena infligieron una aplastante derrota a un ejército bávaro en Friburgo de Brisgovia, en la región de la Selva Negra, en agosto de 1644. Luego, el 3 de agosto de 1645, lograron lo mismo con un ejército compuesto por austriacos y bávaros cerca de Nördlingen. En 1645, representantes del Sacro Imperio y de la coalición que se oponía a la Casa de Habsburgo iniciaron negociaciones de paz en las ciudades alemanas de Münster y Osnabrück, ambas ubicadas en la región de Westfalia. Sin embargo, estas conversaciones, motivadas principalmente por el sufrimiento de la población agotada por las dificultades de la guerra, resultaron infructuosas durante un largo período de tiempo. Sin embargo, cuando Baviera central fue invadida, su duque Maximiliano I firmó la Tregua de Ulm con Suecia y Francia el 14 de marzo de 1647.
A pesar de los contratiempos y otras adversidades, el emperador Fernando III de Habsburgo, quien había sucedido a su padre Fernando II en 1637, se mantuvo firme y rechazó rendirse. Los combates esporádicos continuaron en varias regiones, incluyendo Alemania, Luxemburgo, los Países Bajos, Italia y España, durante el resto de 1647. En otoño de ese año, el duque Maximiliano I retomó la guerra del lado del Sacro Imperio, pero otro ejército compuesto por bávaros y austriacos fue derrotado en mayo de 1648. Esta derrota, junto con el asedio sueco a Praga, el sitio franco-sueco de Munich y una importante victoria francesa en Lens (norte de Francia) el 20 de agosto, obligaron a Fernando III, quien también enfrentaba la amenaza de un posible ataque a Viena, a aceptar las condiciones de paz impuestas por los vencedores.
PAZ DE WESTFALIA
La Paz de Westfalia tuvo un profundo impacto en la historia posterior de Europa. Este conjunto de acuerdos firmados en la región alemana de Westfalia en 1648 constó de dos tratados conocidos como Tratado de Münster, firmados el 30 de enero y el 24 de octubre, respectivamente, y un tercer tratado que también fue rubricado en la última fecha mencionada en la ciudad de Osnabrück, también en Westfalia. El primer tratado, acordado entre la Monarquía Hispánica y las Provincias Unidas (los territorios de los Países Bajos independizados de España), puso fin a la guerra de los Países Bajos, que a su vez era parte del contexto general de la guerra de los Treinta Años. Por otro lado, el segundo Tratado de Münster estableció la paz entre Francia y el Sacro Imperio, mientras que los representantes imperiales firmaron en Osnabrück, el mismo día, un acuerdo con sus hasta entonces rivales suecos y protestantes, completando así lo que se conoce como la Paz de Westfalia.
Estos acuerdos, además de otorgar la independencia a Suiza y las Provincias Unidas, debilitaron en gran medida al Sacro Imperio y a los Habsburgo, y marcaron el surgimiento de Francia como la potencia dominante en Europa, retrasando así la unificación política de los estados alemanes.
Hubo muchas consecuencias económicas, sociales y culturales derivadas de la guerra de los Treinta Años, siendo los territorios alemanes los más afectados. Según las estimaciones actuales, la población total del Sacro Imperio disminuyó en un 15% a un 20%. Las áreas rurales, en particular, sufrieron gravemente en comparación con las ciudades fortificadas. A excepción de los puertos como Hamburgo y Bremen, la actividad económica decayó en todos los estados alemanes. La incertidumbre, el miedo, el caos y la brutalidad se convirtieron en parte de la vida cotidiana, y estas experiencias quedaron grabadas en la memoria colectiva alemana durante siglos.
Aunque la Paz de Westfalia puso fin a la guerra de los Treinta Años como un conflicto generalizado en Europa, la rivalidad entre Francia y España, que había comenzado en 1635 y se había intensificado desde 1640 con la incitación de Francia a la rebelión de Cataluña contra la Monarquía Hispánica, no se resolvió hasta 1659, con la firma de la Paz de los Pirineos entre ambas naciones.