Desierto arábigo, Historia, Ubicación y descripción
El Desierto Árabe, de notable relevancia global, se despliega al este del río Nilo hasta alcanzar el Mar Rojo y la península del Sinaí, cubriendo casi toda la península arábiga con una extensión de aproximadamente 1.300.000 kilómetros cuadrados. Este vasto desierto se encuentra en territorios de varios países, incluidos los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Arabia Saudita, Yemen y Qatar. La región ecológica está caracterizada por extensos mares de arena y vientos que soplan de manera estacional. Dentro de este desierto se localiza el Rub al-Khali, conocido como el “Cuarto Vacío”, una inmensa cuenca de arena y una de las mayores formaciones sedimentarias del mundo.
Ubicado entre el río Nilo y el Mar Rojo, el desierto Árabe se extiende por más de 1,3 millones de kilómetros cuadrados. Esta vasta región es rica en recursos como oro, cobre y gemas preciosas. Su extensión abarca varios países, entre ellos Kuwait, Arabia Saudita, Qatar y Yemen. Debajo de las antiguas arenas del Pleistoceno yace una gran reserva de agua subterránea, que en los últimos años se ha utilizado intensamente para el riego artificial de la zona. Aunque a primera vista este desierto parece árido y desolado, estudios han demostrado que es una fuente valiosa de recursos naturales, donde se pueden encontrar petróleo, gas natural, fosfatos y azufre. Los primeros habitantes, una civilización nómada conocida como los beduinos, se establecieron en esta región hace unos 3,000 años, aprovechando las tierras áridas como alimento para sus camellos.
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Historia
El Desierto Árabe, situado al este del Sáhara, se extiende entre el río Nilo y el Mar Rojo, abarcando territorios de países actuales como Egipto, Sudán, Etiopía y Eritrea. Aunque es una región árida y poco habitable, su riqueza mineral y estratégica ha atraído la atención de distintos imperios a lo largo de la historia.
Los antiguos gobernantes egipcios mostraron un interés especial en la parte septentrional del desierto, especialmente en la franja entre el delta del Nilo y la primera catarata, caracterizada por un terreno que alterna entre llanuras costeras y montañas atravesadas por wadis, que siguen siendo rutas naturales de comunicación. Al oeste, estas montañas densas dan paso a una extensa meseta arenosa que se extiende hasta el valle del Nilo.
El clima extremo, con temperaturas que pueden superar los 50 grados en verano y precipitaciones mínimas, dificulta la vida en esta región, aunque existen acuíferos subterráneos a los que se accede mediante pozos, proporcionando agua a los habitantes. A pesar de las duras condiciones, el desierto ha atraído a personas desde tiempos remotos debido a su abundancia de recursos minerales, incluyendo piedras de gran calidad, oro y gemas preciosas como la esmeralda y la amatista.
Su ubicación también lo convirtió en un corredor comercial crucial entre el valle del Nilo y el Mar Rojo, facilitando conexiones con Arabia, el cuerno de África y la India. Durante la época faraónica, se realizaron numerosas expediciones en busca de oro, especialmente en el Wadi Hammamat, y este interés se mantuvo hasta las últimas dinastías egipcias.
Sin embargo, fue durante la era grecorromana cuando la explotación de la región alcanzó su auge. Tras la conquista de Egipto por Alejandro Magno, la dinastía ptolemaica, iniciada por Ptolomeo I, intensificó el control sobre el desierto para acceder a sus recursos minerales y asegurar las rutas comerciales hacia Meroe y el Mar Rojo. Los productos de mayor interés incluían especias, maderas aromáticas, incienso y elefantes de guerra, cruciales en sus conflictos militares.
La investigación arqueológica sobre esta fase es limitada debido a su reciente desarrollo, comenzando con exploraciones sistemáticas en la década de 1990. Sin embargo, excavaciones en sitios como la ciudad portuaria de Berenike, lideradas por S.E. Sidebotham, junto con investigaciones del IFAO en Samut y en las fortificaciones entre Edfú y Berenike, han arrojado luz sobre esta época. En Samut, los hallazgos sugieren que desde el reinado de Ptolomeo I comenzaron las iniciativas estatales de extracción de oro.
Con Ptolomeo II, se incrementó la explotación minera y se fundaron puertos como Berenike y Myos Hormos para fortalecer el control de las rutas marítimas. Además, se aseguraron las conexiones terrestres mediante la construcción de fuertes en lugares estratégicos con acceso a agua subterránea (hydreumata). Los elefantes de guerra, esenciales en las luchas contra los seléucidas, se importaban a través de estos puertos, lo que subraya su importancia en los planes ptolemaicos en la región, bien documentada en inscripciones y restos arqueológicos en Berenike.
Clima
El desierto Árabe, al igual que otros grandes desiertos del planeta, se clasifica como un clima hiperárido. Este tipo de clima se caracteriza por su baja humedad y precipitaciones mínimas a lo largo del año. En cuanto a la humedad, en verano apenas alcanza el 15%, mientras que la precipitación anual no supera los 33 milímetros. Aunque la aridez representa un gran desafío para el asentamiento humano, las temperaturas extremas son el obstáculo más significativo en esta región. En los meses de verano, las temperaturas diurnas pueden alcanzar los 50°C, mientras que por la noche descienden considerablemente. Durante el invierno, es común que las temperaturas caigan por debajo de los cero grados.
Flora y Fauna
La vida silvestre en el desierto Árabe ha desarrollado adaptaciones únicas para sobrevivir al calor extremo y las condiciones hostiles. Entre las formas de vida que más se destacan están los insectos, que han evolucionado mecanismos de defensa para resistir los intensos días de verano en las arenas. Los insectos más comunes incluyen langostas, escarabajos, escorpiones y arañas, aunque no son los únicos habitantes del desierto. Reptiles como el dabb y el varano también prosperan en esta región, y las serpientes, sin duda, representan uno de los mayores peligros para la población local.
En cuanto a los mamíferos, las cabras eran antaño más abundantes, aunque su número ha disminuido en años recientes. La flora del desierto, por su parte, ha desarrollado adaptaciones notables para soportar la escasez de agua y el clima extremo, floreciendo principalmente tras las lluvias de primavera. Entre las especies más típicas se encuentran la mostaza, el iris y las plantas alcaparradas.
En los oasis, la vegetación es más diversa y rica. Las palmeras datileras son abundantes y sirven como fuente de alimento tanto para la población como para los animales de la región. Además, en estas áreas de agua se cultivan cebollas, alfalfa, cebada y trigo. También crece el enebro, que se emplea como material de construcción esencial en la zona.